Corresponsables no quiso perderse la experiencia ofrecida por el hotel ILUNION Pío XII, perteneciente a la cadena hotelera del grupo de empresas sociales de la ONCE y su Fundación, las cuales abrieron sus puertas al público el pasado 6 de noviembre, en el marco de ‘Madrid Hotel Week’, para ofrecer una práctica única en la que ponerse en la piel de una persona ciega.
Perdiendo la visión
“Bienvenidos a ILUNION Pío XII. Están a punto de ponerse en la piel de una persona con discapacidad visual. Colóquense en fila de a uno y tápense los ojos con los antifaces que les acabamos de entregar. Los primeros minutos se sentirán desorientados, pero poco a poco se agudizarán sus sentidos. Apoyen su mano en el hombro de la persona que tienen delante y déjense guiar. En unos minutos llegaremos al salón donde tendrá lugar la degustación”.
Las palabras de Juan Antonio García Fernández, director del hotel, resuenan en mi cabeza como si llevase puesto los cascos del móvil. Sorprende lo rápido que el oído suple la falta de visión. Un movimiento brusco me aparta de estos pensamientos. La fila ha comenzado a moverse y es necesario estar concentrado.
El grupo recorre el hall del hotel a ritmo de procesión mientras se escapan los primeros comentarios de los asistentes: “¡Que rápido vais!, dice uno; ¡Esperadme!, contesta otro; ¡Me cachis, acabo de tropezarme con una maceta!, se escucha a mis espaldas. Se escapan las primeras risas, y el ambiente, a pesar de la tensión que supone la actividad, comienza a relajarse.
Supongo que hemos llegado al salón, pues la fila se ha detenido. Todo sigue en completa penumbra. Una persona muy amable se ofrece a cogerme la chaqueta y conducirme hacia mi asiento. Por el tacto de su mano intuyo que es una chica, tiene las uñas largas, y a no ser que sea un guitarrista flamenco, todo indica a que se trata de una mujer. Las dudas se resuelven cuando una voz fina y suave me comunica que va a dejar mis pertenencias en un perchero que se encuentra a la derecha de la entrada. “¿La entrada?”, pienso para mis adentros; “¿en qué momento hemos cruzado una puerta?”
Al sentarme a la mesa, colocó mis manos sobre el mantel. Su suavidad me atrapa. Comienzo a palpar de izquierda a derecha para averiguar que tengo frente a mí. De momento poca cosa. Mi tacto indica que al menos cuento con 4 cubiertos, 2 copas y un vaso, un cacho de pan en forma de chapata, y una servilleta doblada cuidadosamente en forma de sándwich. La ronda de reconocimiento ha sido completada, solo falta saber con quién estoy compartiendo mesa. Por las conversaciones que están teniendo lugar intuyo que al menos hay 6 personas sentadas a mí alrededor. La persona que tengo a mi derecha me invita a presentarme al resto de comensales. Accedo con timidez. Tras decir mi nombre de pila y profesión, el acento onubense de Juan Antonio informa del comienzo de la comida.
Comer nunca fue tan complicado
“Damas y caballeros vamos a dar comienzo a esta experiencia gastronómica tan peculiar. El menú constará de cuatro platos, los cuales no se desvelarán hasta que no hayan terminado. De esa forma potenciaremos los sentidos y haremos la dinámica más divertida. Para beber pueden pedir agua o vino. En el centro de la mesa hemos colocado una grabadora para ir captando sus conversaciones. Les agradecemos que no se corten y transmitan a sus compañeros las sensaciones que vayan teniendo”.
Dicho esto, el ruido de un carrito, avisa de la llegada del primer plato. Con delicadeza, son depositados en la mesa, y a la señal de Juan Antonio comenzamos a comer. Aunque resulta difícil, consigo coger la mecánica de comer sin ver el plato que tengo delante. Con los cubiertos palpo el contenido. Es blandito, por lo tanto no necesitaré el cuchillo. Agarro con firmeza el tenedor, corto un buen cacho y lo aproximo a mi boca. Al dar el primer bocado mis dientes chirrían contra el metal: “Vaya, parece que he fallado”, transmito a mis compañeros. Estos responden con comentarios similares, hasta que una chica exclama que se acaba de llevar medio plato con la manga, lo que hace estallar las risas de todos los presentes. Decido remangarme, no me vaya a pasar lo mismo. Finalmente consigo pinchar un buen trozo y comenzar a comer. Una mezcla de texturas inunda mis papilas gustativas. Algo muy suave, que parece un espárrago, se entremezcla con un pudin acompañado de picatostes y vegetales. No me gusta mucho, así que decido pedir vino para rebajar el sabor. Con esfuerzo consigo terminar el plato; o eso pensaba, pues el camarero al retirármelo dice que apenas lo he tocado. Sea como fuere, el segundo plato está en camino. Lo sé por el olor que desprende.
El olor se va haciendo más y más intenso, hasta que el choque de la vajilla con la mesa indica que el plato ya está en posición de ser atacado. “Tener cuidado con las espinas”, comenta una de los comensales a modo de advertencia. Ha dado en el clavo. Un pedazo enorme de atún, recubierto por una salsa riquísima es la segunda degustación. El pescado me encanta, no lo voy a negar, por lo que en cuestión de minutos acabo con él. Yo mismo me sorprendo de la velocidad con la que he terminado, y orgulloso comento con mi compañera lo afinado que tengo mis sentidos. Durante mi bravuconada, me despisto, y con el codo derramo toda la copa de vino que tengo a la derecha. “Claro, sí, tienes los sentidos afinadísimos”, responde irónicamente la compañera de al lado. Recojo la copa, me aseguro de que el mal no haya ido a mayores y pido perdón por mi torpeza. Acto seguido, llega el tercer plato. El camarero se ofrece a echarme más vino, pero prefiero que me sirva agua en el vaso, no vaya a ser que la vuelva a “liar” con la copa.
En el ecuador de la comida el cansancio se hace latente. No contar con la vista implica que el resto de sentidos están al 100%, lo que conlleva un gran esfuerzo mental. No soy el único que está experimentando esto, pues son varios los comentarios que ya se han hecho al respecto. El tercer plato no tiene misterio, el olor a carne guisada es inconfundible, todos tenemos abuela. Al igual que sucedió con el pescado, acabo con él con rapidez. Por suerte, la carne es muy tierna y se derrite al contacto con el tenedor, por lo que por el cuchillo sigue intacto.; lo cual agradezco, no vaya a ser que me corte un dedo.
Una campana avisa del final de la comida. La mesa vuelve a quedar vacía y Juan Antonio se acerca interesándose por nuestra experiencia. Tras una pequeña charla, el director desvela el contenido de los platos que hemos degustado. Para sorpresa de todos, los hemos adivinado. “¡Somos unos maquinas!”, exclamo con ímpetu. Sin embargo, aún no hemos acabado, falta lo más importante… ¡El postre!
Vuelta a la realidad
“Para el postre vamos a dejar que os quitéis la venda, pues sería una pena que no contemplaseis el manjar que tenéis delante. Además, queremos comprobar como os afecta el volver a recuperar la visión”, dice José Antonio.
Tras sus palabras me quito la venda. Un chorro de luz inunda mis ojos, tanto que tengo que frotármelos durante unos segundos. Poco a poco mi campo de visión se va aclimatando, pasando de la más completa oscuridad, a una sala de eventos de gran claridad. El sol omnipotente entra por la cristalera que separa el salón de un patio exterior. Todos los presentes quedamos asombrados del tamaño y luminosidad del espacio. La venda ha hecho su efecto, pues parecía que estábamos completamente a oscuras. Nuestro oído también nos ha pasado una mala pasada. Según los sonidos que escuchábamos el salón parecía más grande. Sin embargo, si hemos acertado en el número de participantes, siete personas por mesa. Entre carcajadas nos presentamos y ponemos cara a los compañeros. Observó que mi pifia con la copa de vino no ha sido para tanto y vuelvo a disculparme con la persona que casi mancho.
Una vez de vuelta a la realidad los camareros llegan con el postre. Juan Antonio estaba en lo correcto, era una pena no ver esa delicia. Una sopa de chocolate blanco, acompañada de frambuesas deshidratadas y custodiada en el centro por un mango helado relleno de nata, no se ve todos los días. Ya con mis cinco sentidos a pleno rendimiento disfruto del postre, percatándome de que el gusto lo tengo muy potenciado. Mientras se enfría el café, los asistentes reflexionamos sobre las dificultades a las que se enfrentan las personas ciegas o con discapacidad visual grave ante situaciones tan cotidianas como caminar por un sitio desconocido o sentarse a comer. La experiencia nos ha transformado y ha sido muy enriquecedora.
Mientras abandonamos el salón, coincidimos en que el objetivo de esta iniciativa organizada por ILUNION Hotels, ha sido todo un éxito. Del mismo modo, se ha puesto patente la necesidad de sensibilizar a la sociedad sobre aspectos inclusivos, no sólo del colectivo de los invidentes, sino de todas las personas discapacitadas en general. Hay que marcarse como meta la construcción de una sociedad 100% accesible que permita a todas las personas disfrutar de los momentos y experiencias que nos regala la vida.