OBS Business School publica el informe Las “Fake News” sobre la COVID-19, dirigido por Yury Ustrov, investigador de la escuela. Este informe se adentra en los conceptos “fake news” e “infodemia” y explica su posible impacto sobre nuestra salud física y mental. También describe el perfil psicológico de las personas susceptibles de compartir noticias falsas sobre Covid-19 y ofrece recomendaciones para evitarlo.
Cuando hablamos de fake news nos referimos a todas aquellas informaciones que no son correctas, bien porque se han creado desde cero con intención de engañar o confundir, o bien porque han falseado una realidad. Cada tipo tiene un seguimiento diferente y por tanto sus consecuencias son distintas.
Las noticias falsas o manipuladas han existido siempre, pero desde la llegada del Covid-19 y ante la necesidad de todos de conocer las últimas novedades, se ha generado un exceso de información que se ha calificado como “infodemia” y que ha propiciado que se infiltren informaciones maliciosas que están provocando la toma de decisiones erróneas y arriesgadas.
En un mundo ideal, las autoridades sanitarias deberían ser la fuente principal de la actuación y de la emisión de información fidedigna, con los medios de comunicación verificando cualquier dato antes de lanzarlo al espacio público. Pero en el mundo real, la compartición de la información está descentralizada y acelerada, por lo cual las administraciones y los medios de comunicación oficiales son desafiados por la competencia que emana de Internet y por la sociedad, que tiene cada vez más necesidad de informarse y que no se siente obligada a ceñir su atención a las noticias que salen de las fuentes oficiales.
Algo más de la mitad de las noticias sobre la COVID-19 provienen de las redes sociales y muchas de ellas están falseadas, pero lo más grave es que su repercusión llega hasta el 69% de las interacciones (en el caso de las noticias falsas, su interacción es del 38%). Internet es un entorno dinámico diseñado para compartir y volver a compartir información sin pasar por el filtro del análisis crítico de los datos. El informe de OBS alerta sobre el evidente sesgo entre la proporción de noticias falseadas y sus refutaciones en los medios tradicionales.
Otra gran fuente de “fake news” sobre Covid-19 son algunas personas célebres e influyentes, que generan hasta un 20% del total. Un ejemplo claro es Donald Trump, cuyas informaciones en torno a Covid-19 llegaron a representar el 5% de las noticias falseadas. En la misma línea está Jair Bolsonaro en Brasil. Pero también hay algunas “fake news” de anónimos que han alcanzado una difusión enorme, como aquella que aseguraba que el Covid-19 se eliminaba inhalando aire caliente de una sauna o de un secador de pelo.
El informe distingue seis tipos de informaciones dañinas que se han movido desde la aparición del Covid-19: mensajes sobre medidas de protección recomendadas u obligatorias, mensajes que promueven el uso de remedios falsos, otros que tergiversan los mecanismos de transmisión, mensajes que sugieren que la COVID-19 no existe o que el virus no es severo, mensajes de estafadores y otros que provocan que ciertos individuos o grupos sean objeto de acoso o de odio.
Las personas que comparten los bulos suelen tener una actitud poco crítica hacia su propio comportamiento en las redes sociales y a veces lo hacen por altruismo, autopromoción o por afinidad con los políticos opositores a las medidas contra la propagación del virus. Asimismo, cuanto mayor es el nivel educativo menor confianza hay en las “fake news”.
El informe de OBS explica que existe una relación inversa entre la propagación del Covid-19 y la prevalencia de las noticias falsas. Cuando se atraviesa una ola de infecciones, las noticias que predominan provienen de fuentes fiables, marginalizando así las noticias falseadas. Al contrario, en épocas menos graves las “fake news” tienen mucha mayor difusión. Y también hay una relación entre las libertades de cada país y la aparición de este tipo de informaciones: la población de países con más libertad tanto económica como de los medios de comunicación ha compartido menos “fake news” que aquella de países que acotan las libertades. En cambio, los países con mayor libertad política son más proclives a la difusión de noticias falseadas dado que se puede confeccionar la propaganda política a medida. La falta de confianza en los gobiernos hace que la población preste mayor atención a estos mensajes que le llegan a través de redes sociales, el boca a boca o incluso el clero.
Se ha observado que las “fake news” pueden tener influencia sobre las actitudes, las intenciones y los comportamientos de muchas personas, así como en la salud psicológica de los individuos. En los países industrializados, el número de personas antivacunas sigue creciendo y antes de la pandemia de la COVID-19 ya conllevaba rebrotes de enfermedades que normalmente se controlan a través de la vacunación. Con la nueva pandemia, el movimiento antivacunas se ha activado y su influencia a través de las “fake news” solo puede alargar la presencia del virus. Esto provoca más presión sobre el sistema médico (más mortalidad, más efectos secundarios como anosmia, problemas fisiológicos, agudización de problemas mentales, etc.), y también sobre el entorno social y sobre la economía. De hecho, el informe señala que una infodemia se caracteriza por gente que se pone en riesgo a sí misma y a otras personas.
Teniendo acceso a la tecnología no siempre usamos el sentido común ni pensamos en el impacto que puede tener nuestro comportamiento. El nuevo reto es aprender a poner límites a la información que está invadiendo nuestro espacio. Hay que reconocer que las empresas responsables de las plataformas más comunes han dado una respuesta a la ola de noticias falseadas, marcándolas como tales. Los gobiernos han lanzado campañas informativas para controlar la pandemia, y hemos visto que estas han sido efectivas durante las épocas críticas, dominando el espacio digital y dejando a las “fake news” marginalizadas. Aun así, no podemos obviar su impacto negativo sobre la supervivencia, sobre la salud física y mental, sobre la situación económica y sobre otros dominios de nuestra vida.
Para lograr acotar la infodemia el informe propone actual a nivel de país y también de individuo. Como país podemos mantener la vigilancia continua de las noticias que se publican (infovigilancia); fomentar la alfabetización digital en cuestiones relacionadas con la salud y la ciencia en general para favorecer la aceptación de la vacuna; fomentar procesos de perfeccionamiento del conocimiento y mejora de la calidad, como la verificación de datos y la revisión por pares; divulgar los conocimientos de una manera precisa y oportuna, minimizando factores distorsionantes como influencias políticas o comerciales. Y como individuos debemos comprobar si realmente se trata de información falsa y en ese caso no compartirla en absoluto; avisar a la administración de la plataforma; y contribuir a compartir información oficial de sitios web confiables.
Es fundamental concienciar a la población sobre el posible impacto de las “fake news”, tanto durante los períodos de estabilidad como durante acontecimientos tan graves como una pandemia. Ello puede salvar muchas vidas.